Un padre amoroso

“El olvido que seremos” es una novela que yo regalaría a todos los padres y madres jóvenes de esta era. Es un manual humanista de cómo desempeñar el rol de padre de familia dentro de una sociedad católica, compleja, desigual y violenta como la nuestra

 

La novela tiene varias perspectivas por las que podemos disfrutarlo. Me dedicaré en los siguientes artículos a explorar dichas aristas para que mientras leamos hagamos un acto de reflexión sobre las posibles enseñanzas que nos brinda esta novela, que más bien es una autobiografía.

 

1ra Perspectiva.

 

¿Cómo ser un buen padre en tiempos violentos?

 

Héctor Abad Faciolince me ha tocado el corazón con los recuerdos y enseñanzas que su padre le dejó antes de su prematura muerte (asesinado por los sicarios).

La más poderosa enseñanza es esa confianza absoluta que el hijo sintió y recibió de su padre; hiciera lo que hiciera el muchacho, el padre apoyaba y comprendía. Se trata de una incondicionalidad absoluta, o más bien de una fé autentica.

 

“Nunca, ni cuando cambié cuatro veces de carrera, ni cuando me expulsaron de la universidad por escribir contra el Papa, ni cuando estuve desempleado y tenía ya una hija que mantener, ni cuando me fui a vivir con mi primera mujer sin casarme, nunca oí censuras ni  reclamos de su parte, siempre la más tolerante y abierta aceptación de mi vida y de mi independencia. (p.141)

 

¿Será este el mejor papel de los padres? Depositar toda fé en aquellos hijos con la certeza de que harán el bien. No juzgar, ni prevenir sobre culpas sino promover. Compartir los valores y placeres que nos han dado los libros y las obras de arte. Mostrar lo que una sonata de Chopin puede hacer con el alma. Usar la música para templar y renovar esperanzas.

A través del libro se construye un padre que pudiera ser el ejemplo para todos los jóvenes de ahora que quieren ser padres y madres. Me gustaría analizar estas conductas del padre hacia el hijo desde tres puntos de vista: el amor, la esperanza y la honestidad.

 

  1. Un padre amoroso.

 

Desde el inicio el narrador nos comenta los besos y caricias que el padre le regalaba al niño, a manos llenas repartía cariños, a pesar que las costumbres eran contrarias a dicha expresión corporal, el autor nos comparte la dicha de ser besado y abrazado por el padre.

“… y me felicitaba con un gran beso en la mejilla y al lado de la oreja. Sus besos grandes y sonoros, nos aturdían y se quedaban retumbando en el tímpano… (p.20)

Yo no recuerdo ningún beso o caricia de mi padre hacia mis hermanos, a nosotras las hijas era una convención, un lejano y frío beso en la mejilla de vez en cuando y ya. Y lo que sí recuerdo son los regaños y cinturonazos que recibieron mis hermanos.

Me pregunto si cambiarían las historias de tantos jóvenes que ahora están metidos en la delincuencia organizada si hubieran tenido un padre amoroso.

 

 

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