Tara, Tara , Tara

 

Tara Westover me dirijo a tí más que a mis lectoras queridas.

Al leer la primera parte de tu auto-memoria, me  has llevado por los pasillos oscuros del rechazo y desaprobación con tu forma de narrar tan obsecadamente sádica y sórdida. Sentí que abandonaría tu libro cada dos capítulos pues tanta violencia ejercida por tu padre y tu hermano en tí y tu madre y sin defenderte, siendo eterna mártir,  pasiva aceptando tu culpa o castigo me desesperaron a rabiar.

Cada vez que volvía abrir el libro te preguntaba en voz baja ¿Porqué no te fuiste con tu abuela en esa ocasión con que abres la historia? Esos pellizcos de tu hermano, esas llaves que te aplicaba en la muñeca o los brazos , esa manera sádica de hacerte sentir mal, de humillarte con palabras hirientes sólo por ser mujer me fueron llenando el vaso del disgusto, y sin embargo seguí leyéndote. Quería llegar hasta el final para saber si el hecho de “educarte” te salvaba.

Pero el triunfo de la literatura es cuando la lectura se te cuela por el alma y te cuestiona , te golpea, te rasguña el corazón y me pasó. Conforme te leía , me dolía un poco recordar y  sentir todas las veces que mi hermano mayor me humilló, por ejemplo; me decía “gorda grasienta” “pelos de elote” y tantas tonterías pero su tono era humillante y a mis doce años me afectaba a mi autoestima.  Me celaba cuando algún chico me miraba. Hubo una vez que él estrenó su rifle de diabolos ( que le compró mi papá, no sé con qué fin) y lo usó para hacer bailar a un pretendiente. Machista, cruel y acomplejado.

Aunque yo lo odiaba , no lo confrontaba pues él debía ir conmigo a las fiestas sino me quedaba sin fiesta pues “las chicas decentes deben ir acompañadas por los hermanos”. Yo le rogaba que fuera a tal o cual fiesta y él se hacía el rejego, me chantajeaba pidiéndome favores estúpidos  para que aceptara ir a la fiesta que yo había sido convidada.  Cuando regresábamos de la fiesta le decía a mi papá que había coqueteado con fulanito o sutanito. Que había bailado muy pegadita en las piezas calmadas o que había fumado… como si él no hubiera hecho lo mismo. Pero no, nunca me atreví a denunciarlo pues era el que legitimaba mi existencia. Y como tú me sentía mala, pecadora, y me miraba al espejo para ver si era tan malvada como me sentía.

Pero Tara, no nos desviemos tanto. Al llegar a la segunda parte cuando adentras en el fanatismo, y crueldad autoritaria de tu padre y su perjudicial influencia en tí. Ya no supe si seguía odiándote o más bien agradecerte puesto que esa lectura de tu vida fue un buen pretexto para que yo  hiciera una introspección de los efectos nocivos en mi desarrollo de personalidad por la excesiva autoridad y exigencia de recato que mi papá me exigió durante mi pubertad. Como a tí, a mí me sirvió la filosofía, la ética, la literatura para “re-educarme”.

Ahora a mis casi sesenta años creo que tanto mi papá como yo la libramos bien; pues ni somos bipolares, ni me ha dado un ataque psíquico. Lo que sentí fue una auténtica compasión por tí. Pues nos llevas, dentro de tu narrativa, a la terrible verdad de que ningún miembro de tu familia te proclamó ningún amor; mucho menos un apoyo. En tu hogar reinó el miedo en su sentido mas crudo y original. Y tú como una sobreviviente, recurriste al conocimiento, a los libros, para rescatar lo poco que quedaba ileso en tu alma.

Demuestras integridad al reconocer que aún hay hombres rescatables. Me refiero a los hombres letrados que te acompañaron en tu “educación”. El obispo, tus maestros y consejeros de las universidades. Ellos te proveyeron de herramientas, de escudos y provisiones para que salieras al mundo de la Luz. Aún te falta mucho por andar, eres muy joven para que re-armes de nuevo tu rompecabezas de la vida. Deseo de todo corazón que lo logres.

Mientras me quedo azorada con el poder de la escritura y la literatura. Después de tantas y tantas  lecturas además cursos formales me considero una mujer independiente y autónoma, no necesito que me legitimen los hombres de mi familia. Ahora siento un afecto y cariño por mi hermano y mi padre muy especiales y distintos. Los he ido forjando desde el centro de mi corazón. Continuemos leyendo a las nuevas generaciones para reconocernos comunitariamente.

Angélica Breña.

La Paz. BCS