Vientos , Viajes y Mareas en palabras aladas.

Tennyson para mí era sólo la calle señorial de Polanco donde viven buenos amigos. No había leído nada de él hasta que, aburrida  de esperar a que la ropa estuviera lista en la lavandería del club yates de Palmira, BCS ; cayó en mis manos un libro titulado “Cruising for Seniors” y en la primera página había un cacho de este magnífico poema.

 

We are not now that strength which in old days
Moved earth and heaven, that which we are, we are;
One equal temper of heroic hearts,
Made weak by time and fate, but strong in will
To strive, to seek, to find, and not to yield.

El poema completo lo puedes encontrar aquí  https://www.poetryfoundation.org/poems/45392/ulysses

 

He allí el puerto; el barco hincha la vela;
crecen las sombras en los anchos mares. Marineros míos,
almas que os habéis afanado y forjado junto a mí,
que conmigo habéis pensado, que con ánimo de fiesta
habéis recibido el sol y la tormenta y les habéis
opuesto frentes y corazones libres: sois viejos como yo;
con todo, la vejez tiene su honor y sus esfuerzos;
la muerte todo lo acaba, pero algo antes del fin
ha de hacerse todavía, cierto trabajo noble,
no indigno de hombres que pugnaron con dioses.
Ya se divisa entre las rocas un parpadeo de luces;
se apaga el largo día; sube lenta la luna; el hondo mar
gime con mil voces. Venid amigos míos,
aún no es tarde para buscar un mundo más nuevo.
Desatracad, y sentados en buen orden amansad
las estruendosas olas; pues mantengo el propósito
de navegar hasta más allá del ocaso, y de donde
se hunden las estrellas de occidente, hasta que muera.
Puede que nos traguen los abismos; puede
que toquemos al fin las Islas Afortunadas y veamos
al grande Aquiles, a quien conocimos. Aunque
mucho se ha gastado mucho queda aún; y si bien
no tenemos ahora aquella fuerza que en los viejos tiempos
movía tierra y cielo, somos lo que somos:
corazones heroicos de parejo temple, debilitados
por el tiempo y el destino, más fuertes en voluntad
para esforzarse, buscar, encontrar y no rendirse.

Alfred Lord Tennyson (1809-1892):

Pinturas Rupestres de Baja California Sur

Entrada a la cueva con magníficas pinturas rupestres 8000 Ac

Érase una vez… o Hace miles de años.

Cuando empezamos a contar un cuento casi siempre es con “Érase una vez…”
Nuestra imaginación se abre, nos instalamos en ese ámbito de lo fantástico donde todo puede suceder y donde nuestra mente aceptará, no sin sorpresa, esos mundos surtidores de tiempos y de lugares insospechados.
Cuando decimos “Hace miles de años…” nos instalamos en nuestra propia historia, asumimos que son nuestros tiempos y que esa historia que vamos a escuchar de alguna manera será conocida o reconocida como parte de nuestra identidad.

Las pinturas rupestres que están incrustadas en las sierras de la Península de Baja California Sur son de hace miles y miles de años y nos cuentan de seres enormes, cuya piel era roja y negra; que tenían una relación muy especial con los animales de la región: venados, pumas, borregos cimarrones, ballenas, tortugas. Seres humanos que hallaron dónde estaban las bocas de las montañas y las llenaron de historias y cuentos fantásticos para que el viento se las llevara a través de las cañadas con el eco de Érase una vez…

 

Malaika en Isla San Francisco

Me tardé en intuir lo que los vientos furiosamente me gritaban cuando anclamos en Isla San Francisco, una de las islas más bellas y afamadas entre veleros y yates. Los  vientos sudcalifornianos rugen, gruñen y gritan por las cañadas y barrancas hasta llegar al mar. Chiflones  y ráfagas que alebrestan olas y mareas. Que juegan a revolotear las redes de los pescadores y se cuelan cantando !Vuuuuh … Ratatatata! Habíamos veleado en Malaika pasando por Espíritu Santo y decidimos anclar en la bella isla con la intención de quedarnos sólo una noche para seguir navegando rumbo a Loreto. Llegaron los rapaces del Norte y nos impidieron seguir. Sacudían el mástil, se colaban por las escotillas rigiendo.¡Uuuuh, Wuuuuuuhhh! Imposible dormir. Los vientos anunciaban el secreto guardado en la Sierra y no los supe interpretar. Me ponía tapones en los oídos y la almohada encima de la cabeza para no oír, mi ignorancia me llevaba a tocar el miedo… ¿Y si mañana las olas son inmensas? ¿Cómo desplegar las velas si el barco se mueve tanto?  Indigo Star era el velero de nuestros vecinos de ancla y nos habían prevenido de no zarpar en los siguientes cuatro o cinco días.

– ¿Quéeee?, dijo Julian, ¡No puede ser! Vinimos a velear queremos recorrer el Golfo. El pronóstico que consulté decía que las condiciones del viento serían buenas. –

Algo más fuerte que yo sacudía mi ser. Empecé a sentir débiles las piernas. Sabía que sería difícil persuadir a Capitán Julian de quedarnos anclados sin movernos. Él es muy inquieto y si se trata de velear se pone en marcha antes de que yo esté preparada. Los vientos se encargaron de convencerlo; por las noches fueron in crescendo. Mi ser estaba tembloroso afiebrado, era como un sismo que invadía por oleadas y me sacudía todita. Al tercer día,  por fin, cedió un poco el viento y Julian, preocupado por mí, se aventuró al timón contra viento y marea. Fueron seis horas con marejada, surfeando entre las olas, sin parar, sin ir al baño, firme al timón avistando por dónde deslizar el velero, como único alimento dos huevos duros y un poco de té. Era lo que quedaba. Yo estaba llena de frío y cansancio. Llegamos a La Paz, salvos y nos amarramos al muelle.  Ahora sé que esa fiebre era susto. Saber escucharse a sí mismo, descifrar los mensajes que nos rodean, escuchar al viento era la lección.

En La Paz y en paz, empecé a entender el mensaje. Pancho y su hijo, Alonso, nos visitaron y contaron de la excursión  que habían hecho en mula por el cañón de la Sierra de San Francisco, visitaron cuevas con pinturas rupestres, hallaron petroglifos esgrafiados en el camino. Se me aclaró todo: aquellos vientos del Norte que nos habían envuelto por las noches en Isla San Francisco eran los mensajeros de esas maravillosas pinturas y nos invitaban a verlas.

La Paz, es la tierra de los “choyeros pata salada”. Tiene un hermoso malecón que se extiende largo y alegre por la orilla del mar. La gente es tranquila y sonríe con facilidad. Conoce bien de los vientos y los ha bautizado con diferentes nombres “elefantes”, “toritos”, “corumueles”… Nada te cuentan de los secretos de las montañas, nada se dice de esas pinturas que revelan la magia de la sierra. Alientos que nos susurran su historia y la nuestra. Cada uno tendrá que emprender su propio viaje para escuchar lo que cuentan esas bocas. Encontrarse a uno mismo, ese es el gran asunto del viaje, ir a nuestro propio encuentro.

Pancho y su hijo Alonso
Sierra de San Francisco.

 

 

Encontrados en la sierra de San Fco, excursión en mula

 

 

 

 

Me sentía ya bien, y Malaika estaba en forma para volver a velear. Decididos a encontrar las pinturas nos hicimos a la mar. Habíamos iniciado de nuevo la travesía pero con un fin: Bajarnos a tierra y experimentar las montañas, encontrar esos vestigios y mirarlos.

Provisionamos bien el refrigerador y la despensa, zarpamos. Los vientos nos llevaron alegremente durante el día para anclar antes del atardecer en fantásticas caletas e islas hasta llegar a Puerto Escondido. Fueron cuatro días para romper el miedo, ser dócil al viento, leer las nubes, y confiar en la destreza de mi capitán. Aprendí, me encontré. Amarramos a nuestra querida “Malaika” prometiéndole que regresaríamos pronto.

En Loreto las oficinas de turismo fueron la mejor llave lograr nuestro objetivo. Mapa en mano, rentamos un jeep y emprendimos la excursión. No dejamos de visitar la misión de San Javier que contiene un bellísimo retablo en oro de hoja traído de Tepoztlán. Llegamos por fin, a San Ignacio. Hermoso pueblo incrustado en un oasis cuya misión jesuita es digna de visitarla.
Al día siguiente muy temprano después de acompañar nuestro café matutino con el exquisito pan de dátil típico de ahí, acudimos al escritorio del INAH ubicada en la misión para obtener nuestro permiso de visita a pinturas rupestres en la Sierra de San Francisco. El trámite fue fácil sólo había que registrarse en un libro grande. Noté que casi todos los registrados eran de origen europeo o australiano, escasos mexicanos. Por radio le hablaron a Yadira que se encuentra en el refugio a las faldas de la Sierra para que consiguiera un guía autorizado que nos llevara. Nosotros manejaríamos unos 60 km de carretera en terracería para llegar al refugio.

Vistas tomadas desde la carretera

 

La emoción había empezado desde que iniciamos la travesía por mar, luego llegar por tierra a pueblitos y adentrarnos en la Sierra con paisajes impresionantes, gigantes cardones que se erigían como guardianes, escarpadas montañas áridas y la exótica vegetación del desierto. Nos convertíamos en viajeros y no turistas, buscábamos sin saber bien qué íbamos a encontrar. ¿Qué es más emocionante? ¿Llegar o el peregrinaje? El rugido de los vientos se alzaba para decirnos que estábamos cerca. -¿Porqué hasta acá?, me preguntaba. -¿Quiénes fueron estos seres humanos que vivieron en estos difíciles parajes?, ¿Cómo supieron, después, que había estas pinturas?-.

Desierto del Sahara

Por mi mente bailaban flamitas de recuerdos de una expedición en el desierto del Sahara que hicimos Julian y yo hace varios años. Nuestros ojos nuevos viendo esas figuras de animales que ya no existen ahí, nuestras piernas cansadas de caminar en dunas, nuestras espaldas adoloridas de bambolearse encima de los camellos. El hecho de estar en pleno desierto sin vegetación alguna nos puso en perspectiva del tiempo le dio sentido a lo que llamamos antigüedad pues esas imágenes mostraban que hace miles y miles de años esa región era un vergel con cocodrilos, elefantes, jirafas. Ahora eran dunas, arena y polvo de estrellas. Después de tantos años la Tierra había cambiado y seguirá cambiando.

 

San Borjitas. A 60km de Mulegé.

Mirando las pinturas de la Cueva del Ratón en la Sierra de San Francisco y las de San Borjitas (cerca de Mulegé) fue percibir un mundo irreal, imaginar seres enormes de altura que vivían en el invierno junto al mar. Vimos pintadas ballenas, tortugas y caracolas.  Supe que esos seres  en el verano se adentraban en los cañones y oasis de la sierra para vivir en esas cuevas y las convirtieron en bocas que cantarían sus historias.

Las imágenes plasmadas en las cuevas son plásticas, pude percibir una intención en esas figuras, me dijeron de personas cuya esencia consistía en dos energías; distintas y complementarias. Una roja y una negra. Luminosidad y opacidad, fortaleza y ternura, salud y enfermedad, mortales y eternos. Semi-nómadas que a través de los años, décadas, regresaban con los hijos y los nietos y pintaban encima de esas figuras. Empalmando seres similares con los mismos tintes extraídos de las plantas endémicas, el negro y el rojo. Hombro con hombro. Persistiendo en el tiempo.
Gran mural que nos cuenta cosas. Cantos de la comunidad orante que habitó esas laderas y desfiladeros. Testimonios secretos que quedaron fuera de la interpretación de los conquistadores.
Esas aperturas en las rocas son bocas que cuentan mil historias; que a la vez son mi historia.

Nuevamente el misterio en lugares insospechados de mi país. Sí México es magia y es encuentro.

Érase una vez que te subiste en mis hombros para alcanzar. Y yo, también, estaba en los hombros de mi madre porque no alcanzaba y pudiste pintar en la roca lo que soñaste que éramos.

 

Angélica Breña.

Diciembre 2018.