Mustang

Querido Z:

Creo que a estas alturas del partido ya podemos hablar clara y sencillamente. Nuestra “relación” ya está añejada. ¿Fue en el 76 que te conocí? Una cuarentena de años y tú sigues hablándome por teléfono en mi cumpleaños deseándome un día feliz y nada más. Y yo te sigo contestando sin muchas ganas pero tratando de ser amable pues así me enseñaron. Sin embargo me regresa esa regurgitación de malestar con sabor a traición.

Esta carta es más bien para pedirte perdón. Por muchos años me sentí ofendida y nunca me atreví a externártelo pues a mi parecer tú no actuabas con esa intención. Ahora que estoy indagando en aquellos recuerdos insistentes que me dejaron sin poder hablar y que quiero desarmarlos surge este que he llamado mustang.

Pues amigo de Sergio, te quiero decir que ya no me siento ofendida porque tú te me declaraste cuando tu mejor amigo, mi recién esposo, y único novio, aún no estaba del todo frío. No fuiste a su funeral pero sí te apersonaste frente a mí, en mi oficina unos días después de las exequias ¿Febrero? Me invitaste a comer. Elegiste un lugar cerca de mi depa de recién casada, o más bien de recién viuda, sin muebles, lleno de regalos envueltos con moño blanco que no me servían para nada. Un samovar de plata, lámpara de cristal italiano, un cuadro original de la pintora X, charolas y charolas de todos los tamaños pero vacías… sin lugar donde sentarnos, secreter donde había un portarretratos de plata con una foto a color muy grande de ese muchacho de 26 años que conocíamos tan bien.

Yo orgullosa y recién titulada administradora de empresas ya había quebrado la primera empresa en mis manos, el funeral de Sergio me llevo a la bancarrota, sin chequera que pudiera cubrir la deuda de la luna de miel y los elevados gastos de un ataúd forrado de satín que se utilizaría menos de 24 hrs pues después venía la cremación, que fue aún más costosa. Como una perra flaca y sarnosa me acerqué a mi suegro gimiendo, le pedí que se hiciera cargo de los gastos de cremación pues, su hijo no tenía ni un peso. Ahí entendí cuando uno dice “ni en qué caerse muerto”. También entendí lo que la Woolf nos enseñó a todas la mujeres, debemos tener la capacidad de pagar nuestra propia habitación para ser mujeres y no muñequitas de trapo adornadas y almidonadas.

Pero regresemos a ese día en que yo, por primera vez vomité bilis en el baño de damas de aquel lugar cercano a mi departamento. Tú me recogiste en la mi oficina, tal y como lo convenimos , y al verme con un traje sastre de motita de corte europeo y blusa de seda china bordada en el pecho, te admiraste de no encontrar a la niña llorosa e insegura. Me chuleaste y sonreíste con esa peculiar sonrisa que te distinguía como bon vivant, un gozador. Me pediste que fuéramos a un lugar cercano a mi casa pues así dejaríamos mi coche y tú me llevarías en tu deportivo mustang, mismo modelo en el que Sergio se mató inexplicablemente. Hablamos de los amigos que habían estado en el funeral, tú te disculpaste de no haber ido a ni una misa de las nueve que habían organizado las familias y como lo ordenaba la tradición católica. Comimos yo no se qué , pues fueron tiempos en que todos los sabores eran grises y fríos. Tomamos unos whiskies y con el café me miraste a los ojos deteniéndote, y lo soltaste…

– “Quiero ser tu primera opción

-Siempre me has atraído-. Con mirada pícara me dijiste .

…. (Sin encontrar palabras , ni expresión permanecí muda y estancada)

-No fui a su boda porque no hubiera podido soportar verte vestida de blanco con otro

…(seguía sin palabras)

Le señalé su argolla de casado, con mirada inquisitiva, pues tamborileaba sus dedos en el mantel.

-No, mi matrimonio no está funcionando, nunca estuvimos realmente enamorados.

Sin ninguna vergüenza o congoja alzaste la poblada ceja que atravesaba tu frente y, con un brillo en tus ojos desconocido para mí, acercaste tu rostro a mi oído y susurraste.

-Podemos empezar los dos nuestra nueva vida en otro lugar del mundo. Yo tengo la residencia gringa y creo que puedo hacer negocios en El Paso.

Yo, sin decir una palabra giré mis piernas al lado opuesto de tí, me puse de pie como pude y caminé lentamente al baño. Apenas y me dio tiempo de llegar a vomitar todas tus palabras. No tenía fuerzas para enojarme, no supe cómo explicarte que esa joven mujer que veías ahí había gastado toda su energía en estar de pie, en arreglarse para ir a su trabajo y poder pagar sus gastos. Que luchaba a toda costa evitar regresar al cobijo de sus padres o de sus suegros que parecía gozaban al decirme que yo era una hija más y que se harían cargo de mí. Que ese temple era prestado por unas horas porque al cabo de la tarde me desplomaría llorando en el lado de la cama que cada vez era más vacío, frío y silente. Que las noches eran eternas, que el techo de la habitación tenía unas manchitas azules y otras cositas pegadas que no alcanzaba saber qué eran. Que yo le había prometido a Sergio, al desaparecido, que guardaría nuestro secreto de que estábamos en bancarrota. Y puesto que yo no me había ido con él a ese desconocido y misterioso lugar, ahora viviríamos una vida doble: yo en esta Tierra y en este tiempo trataría de sentir por los dos todo lo que él ya no sentía y él desde Allá estaría conmigo siempre, no me volvería a dejar. Un amor tan fuerte no podía tener ese ridículo fin.

Pero tú, amigo de Sergio, no sabías nada de todo esto, y mis fuerzas estaban tan menguadas que preferí la ruta de los buenos modales. Te agradecí la comida y te dije que lo tenía que pensar serenamente, me dijiste -“No hay prisa sólo quería que lo supieras-. Me abriste la puerta y me ayudaste a subir a tu flamante mustang que aguijoneaba mi corazón al tratar de pensar qué había pasado, ese 13 de enero de 1982, en el otro mustang en el que que Sergio tuviera ese accidente irreparable que en 10 hrs le quitó la vida. Cuando llegamos a casa, yo, de nuevo siguiendo las formas de la educación recibida, te pregunté

-¿Gustas pasar?- Es una pregunta automática que siempre hacemos los mexicanos pero que en realidad no significamos. Al igual que cuando decimos “ahí nos vemos” ¿acaso no sabemos que no volveremos a ver a esa persona?

Dijiste que sí. Entraste al mausoleo de los sueños rotos. En la entrada aún estaba el arbolito de navidad sin adornos pues el accidente fue el 13 de enero y no nos había dado tiempo de decidir si guardarlo o regalarlo era tan pequeño ese departamento que no había espacio más que para los inútiles regalos de bodas. Te detuviste frente a un portarretratos grande donde la fotografía de Sergio mostraba su sonrisa inolvidable bajo ese bigote que me había besado tantas veces y sus ojos color charco que me han acompañado hasta hoy. Tu bajaste la cabeza, volteaste el portaretratos para evitar que nos viera, le diste la espalda y te aproximaste a mí. Me tomaste de las manos acercándote y sentiste mi resistencia que casi era un desmayo. Me hiciste prometer que te vería de nuevo. Yo no tuve más valor ni fuerza para mandarte a volar. No era una película donde una cachetada hubiera sido la acción. Era mi vida real sin libreto, ni dirección, era mi duelo. Solo yo cargaba ese malestar, y estaba en ese callejón sin salida. Me había casado con una promesa “Hasta que la muerte nos separe”, y la muerte llegó antes de los 100 días de haber dicho -Sí acepto.

Le habías sido infiel y desleal a Sergio, tu mejor amigo y me llevaste de corbata pues me hice cómplice de esa infidelidad sin siquiera saberlo, estaba tan rota que no tenía esa fuerza de carácter que me había metido en tantos problemas, estaba tan muerta por dentro que no reaccioné como solía hacerlo, pues mi carácter colérico estaba en coma. Y en vez alzar la voz y exigirte respeto a mi duelo sólo te advertí que no estaba preparada para ninguna relación amorosa, ni carnal, y tú muy “comprensivo” dijiste – – – ¡Ah no!, eso será después no te preocupes, sólo déjame estar cerca.

Esa noche le conté todo a mi mejor amiga, me temblaba la voz, lagrimones escurriendo y con una rabia contenida que me provocaba escalofríos. Sentía que había sido yo la serpiente de la tentación, que quizás por no haber portado luto tú sentiste que yo podía ser una conquista más. Pero la mera verdad creo que fue haberme atrevido a quedarme en el departamento e ingeniármelas para pagar renta, en vez de correr de regreso al seno materno o al cobijo de mis suegros lo que daba entrada a una nueva mujer. Eran mis primeros pasos como persona autónoma, sin estado civil de casada.

Me carcomía pensar que Sergio había sido testigo de mi pasividad ante tí. Tu aproximación dejo ecos que había escuchado desde ese portarretratos. Me taladraba la idea de que Sergio había visto como me tomaste de las manos para besarme y yo no te di un bofetón, él había sido testigo de prometerte que te vería de nuevo.

Pero todo eso estaba y ha estado dentro de mí todos estos años, y tu habrás cargado con lo que te correspondía. Ahora me doy cuenta que no fue la ofensa o la traición. Sólo fue que se rompía esa burbuja protectora de la compasión a los deudos que los mantiene en el limbo mientras asimilan que el muerto desaparece para siempre de esta Tierra. Yo vivía dentro un velo que me mantenía fuera de la realidad donde me lamía mis heridas y mis actos eran automáticos.

Tus palabras e intenciones rasgaron ese velo y de nuevo me lancé a sentir, a pensar, a vivir. Ahora ya no importa si fue demasiado pronto o no, si fue correcto o no, pues mi recuerdo de Sergio y su amor por mí sigue intocado, sigue siendo como lluvia fresca después de un día caluroso, y que expide olor a tierra mojada en vez de polvo. Siempre que pienso en él me aparece su mirada enamorada y su boca a punto de besarme, todavía lo puedo ver saliendo de la regadera con la toalla enredada en la cintura y su pelo rizado escurriendo abrazándome por detrás y cantándome al oído mientras yo me acababa de arreglar frente al espejo para ir al trabajo ese mismo día del accidente. Eramos unos enamorados recién casados, ¿Qué más dicha puede haber?

Te volví a ver algunos días después en el café Balmoral, un salón de té dentro de un hotel en Polanco que se prestaba para desayunos de negocios. Me contaste toda tu situación, una empresa en quiebra con problemas laborales, una esposa que ya no te quería, un divorcio deseado pero no consumado y una única salida huir a El Paso con la esperanza de que tu hermano te acogiera. Yo te escuché atentamente y te recomendé con un experto en materia legal. A los pocos días, una madrugada las campanadas del recolector de basura me despertaron el alma. Decidí mudarme justo ese día, darle la vuelta a ese espacio y empezar de nuevo, sin rumbo pero moverme de ahí.

Ya ves que las facturas llegan siempre, y yo te cobre la mía. Te llamé para que me ayudaras, fuiste un super-héroe ante todos , mis padres felices veían que por fin me levantaba de ese marasmo y empezaba a moverme. Todos te agradecieron haberte encargado de todo, empacar, tirar, contratar mudanza y niña-viuda. Una vez instalada en mi nuevo mini-espacio te fuiste y creo que no te volví a ver sino después de muchos años. Eso sí tu llamada de cumpleaños se instaló desde ese momento. Supe que liquidaste tu empresa y claro que te casaste de nuevo y fuiste padre. No volviste a ocupar mi mente, sólo se quedó ese malestar de haber provocado en tí ese ¿sentimiento?, ¿deseo?, ¿mecanismo de huída?, da igual ahora lo veo más claro. Ya no te culparé y mucho menos me culparé. Lo veo desde varias aristas y cada uno de nosotros actuamos por diferentes motivos. No, yo no soy la serpiente de la tentación, soy y fui una mujer que estaba descubriendo su propia identidad.

Sí Z hoy con el corazón latiendo de gratitud te lo escribo. Mira que haberme ayudado a dar esos primeros pasos para una nueva vida… ¿Quién iba a decir que esa fue la preparación para volver a buscar el amor? Sí, cuando ya se ha probado amar y ser amada en un mismo período de tiempo y por la misma persona a la cual amas, una quiere volver a estar ahí, así, locamente enamorada.

A mí me quitaron el tapete de la comodidad de un jalón.¿Demasiado pronto? no creo, en el momento perfecto pues me tuve que reinventar sin ningún código o receta a seguir. Fue intenso pero no doloroso. Fue aceptar nuestra condición humana.

Una larga carta para un breve Adiós

Angélica

2 thoughts on “Mustang

  1. Te felicito. considero que no importa cuantos años han pasado, siempre es importante cerrar ciclos, decir adios y seguir el camino para adelante.

    1. Bien anotado cerrar círculos y con la saludable acción de la escritura, de nombrarlo palabra por palabra.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *